Una de las primeras medidas del gobierno de Piñera tras la emergencia sanitaria fue decretar el toque de queda. Inmediatamente toda la vida nocturna se vio paralizada, impactando en una parte importante de las disidencias sexuales, para quienes la noche es la única forma de vida.
Por supuesto no para todas es así, porque si tienes la suerte de que “no se te note”, es posible encontrar un trabajo de día o, incluso, que no te echen de la casa familiar. Sin embargo, cuando “se te nota”, nos encontramos en la libertad de la noche, y la dificultad del arriendo se esfuma. Y es que para cubrir los gastos u optar a una casa se necesita un trabajo, un derecho que para una parte de nosotres nunca ha existido.
Pero esta lucha está perdida desde mucho antes, cuando en el liceo de niñas nos echaron por lesbianas; cuando nos comenzó a gustar el color o la persona equivocada. Aquí nos dimos cuenta que la ciudadanía tenía una sexualidad y no era la nuestra.
La modernidad nos alcanzó (a algunas) para el teletrabajo, pero no para hacernos parte de la sociedad. La primera modernidad llegó para darnos independencia de la metrópolis española y ahora, un siglo después, una pandemia nos empuja a la tecnomodernidad, a una hiperconectividad virtual que contrasta con una nula actividad social presencial. Podemos ser parte del mundo digital, mientras no lo seamos del mundo real. Esta situación hoy común, siempre ha sido el tipo de vida al que se nos ha relegado. Los científicos del siglo XIX y buena parte del XX dijeron que éramos un “degeneramiento de la raza” una idea que nos acompaña hasta el siglo XXI: por eso no se nos permite la adopción, ni políticas públicas específicas. Y aunque digan que nacemos libres e iguales en derechos, lo cierto es que los derechos civiles serán otorgados a quienes tengan la correcta ciudadanía sexual.
Simbólicamente, hay aceptación de la no-heterosexualidad: las redes sociales nos muestra realidades distintas del mundo, que no necesitan reafirmación discursiva, porque sigue siendo válido el “lo que se ve no se pregunta”, denotando que en el silencio pervive “eso que se nota”. “Eso” que la OMS alguna vez tachó de enfermedad mental. Un error que busca enmendarse cada 17 de mayo desde 1990, fecha en que la homosexualidad fue eliminada como diagnóstico médico. Un avance simbólico real, pero aún sin reparación de daño.
Pienso en las personas que murieron por causa del VIH/SIDA; en el estigma de ser un “grupo de riesgo”, que no se quita con campañas de prevención, porque en lugar de focalizarse en las prácticas se convierte a las personas en el riesgo. Es crucial preguntarse por el apoyo económico-social que hay para esta población o hacia las compañeras travestis que ejercen el trabajo sexual, cuyas arcas personales también se han visto seriamente afectadas, comprometiendo su subsistencia.
Si el sistema educacional, la salud pública y el trabajo ya eran temas difíciles para las disidencias, es válida la pregunta ¿cómo están las primas hoy?. Las primas somos las personas de la comunidad no-heterosexual, es nuestra forma de identificarnos desde un lugar cercano. Ahora que las relaciones sociales sólo existen en la virtualidad y el acceso a la tecnología es un imperativo de la era tecno-moderna, los grupos marginalizados del arco iris LGBTI están más excluidos que nunca, en los más diversos escenarios y sin ningún horizonte público-virtual que los/nos considere.
Andy Co
Encargada Vinculación con Estudiandtes, Área de Diversidades Sexuales y de Género
Oficina de Equidad e inclusión
Vicerrectoría de Asuntos Estudiantiles y Comunitarios